lunes, diciembre 22, 2014

El intelectual y el poder - Pedro G. Cuartango

El intelectual y el poder - Pedro G. Cuartango

LA DIMISIÓN de Torres-Dulce es una buena ocasión para reflexionar sobre la complicada relación entre el intelectual y el poder. Desde Dionisio de Siracusa y Platón o desde Aristóteles y Alejandro, la Historia demuestra que los gobernantes siempre han intentado tener cerca a los hombres que piensan. Entre otras razones para legitimar su propia acción de gobierno.
Pero la coexistencia entre el poderoso y el filósofo es, en el fondo, imposible porque los fines de ambos son opuestos: uno quiere gobernar, el otro necesita criticar. Ejercer el poder implica siempre supeditar los medios a los fines y, por tanto, un cierto nivel de arbitrariedad e injusticia. Pensar implica demoler lo establecido y caminar hacia la utopía.
He sido testigo cercano de cómo era imposible la coexistencia de Torres-Dulce en este Gobierno por la sencilla razón de que la independencia de la Fiscalía que propugnaba chocaba con el permanente afán de Rajoy de controlar la Justicia. Esto es lo que se ha producido ahora y lo que lleva pasando desde que Alfonso Guerra dio por muerto a Montes- quieu en 1984.
Quienes aspiran al poder tienen que renunciar a su libertad intelectual y adherirse a las consignas del que manda. Si no lo hacen, sólo les queda dimitir. Por tanto, me parece incompatible ocupar un alto cargo político y ser libre.
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Esa es la gran tragedia de nuestra democracia y la razón de su deterioro: los diputados votan en función del jefe de su grupo, los ministros obedecen sumisamente al presidente, los cuadros recitan como loros las consignas y los barones actúan como sargentos de un regimiento.
Decía Sartre que el hombre tiene la capacidad de decir no incluso cuando es torturado porque siempre se reserva la opción de confesar. Pues bien, nuestros políticos han renunciado a decir no si desean ser promocionados en el futuro y alcanzar los privilegios del poder.
Y ello se contrapone a lo que escribe Sartre: la libertad es la nada en la medida en que mi conciencia está abierta a la elección entre muchas posibilidades. Sólo en la elección nos vamos construyendo a nosotros mismos, dejamos de existir para ser. Uno es lo que elige ser.
La identidad del político está esencialmente alienada porque es lo que otros quieren que sea, no tiene capacidad de elegir ni puede ser lo que no es, que es la esencia de la libertad. Es puro ser en sí, petrificado en el molde de la disciplina de partido.
Por el contrario, la libertad es un proyecto, un para sí abierto al futuro en el que cada día tenemos que reinventarnos con nuestras propias decisiones. La libertad es el fundamento del ser porque un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.
Estamos condenados a ser libres y si abdicamos de ello, nos convertimos en fósiles, en seres inauténticos que han renunciado a construir su propia existencia para alcanzar el poder o amasar una fortuna.
No es fácil ser libres. Es muy difícil y, a veces, heroico. Y tampoco somos perfectos ni tomamos decisiones en el vacío. Pero, aun así, no debemos renunciar a nuestra libertad, debemos preservar esa capacidad de decir no porque es lo único que nos puede ayudar a vivir con dignidad. Desde Dionisio de Siracusa y Platón o desde Aristóteles y Alejandro, la Historia demuestra que los gobernantes siempre han intentado tener cerca a los hombres que piensan. Entre otras razones para legitimar su propia acción de gobierno.
Pero la coexistencia entre el poderoso y el filósofo es, en el fondo, imposible porque los fines de ambos son opuestos: uno quiere gobernar, el otro necesita criticar. Ejercer el poder implica siempre supeditar los medios a los fines y, por tanto, un cierto nivel de arbitrariedad e injusticia. Pensar implica demoler lo establecido y caminar hacia la utopía.
He sido testigo cercano de cómo era imposible la coexistencia de Torres-Dulce en este Gobierno por la sencilla razón de que la independencia de la Fiscalía que propugnaba chocaba con el permanente afán de Rajoy de controlar la Justicia. Esto es lo que se ha producido ahora y lo que lleva pasando desde que Alfonso Guerra dio por muerto a Montes- quieu en 1984.
Quienes aspiran al poder tienen que renunciar a su libertad intelectual y adherirse a las consignas del que manda. Si no lo hacen, sólo les queda dimitir. Por tanto, me parece incompatible ocupar un alto cargo político y ser libre.
Esa es la gran tragedia de nuestra democracia y la razón de su deterioro: los diputados votan en función del jefe de su grupo, los ministros obedecen sumisamente al presidente, los cuadros recitan como loros las consignas y los barones actúan como sargentos de un regimiento.
Decía Sartre que el hombre tiene la capacidad de decir no incluso cuando es torturado porque siempre se reserva la opción de confesar. Pues bien, nuestros políticos han renunciado a decir no si desean ser promocionados en el futuro y alcanzar los privilegios del poder.
Y ello se contrapone a lo que escribe Sartre: la libertad es la nada en la medida en que mi conciencia está abierta a la elección entre muchas posibilidades. Sólo en la elección nos vamos construyendo a nosotros mismos, dejamos de existir para ser. Uno es lo que elige ser.
La identidad del político está esencialmente alienada porque es lo que otros quieren que sea, no tiene capacidad de elegir ni puede ser lo que no es, que es la esencia de la libertad. Es puro ser en sí, petrificado en el molde de la disciplina de partido.
Por el contrario, la libertad es un proyecto, un para sí abierto al futuro en el que cada día tenemos que reinventarnos con nuestras propias decisiones. La libertad es el fundamento del ser porque un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.
Estamos condenados a ser libres y si abdicamos de ello, nos convertimos en fósiles, en seres inauténticos que han renunciado a construir su propia existencia para alcanzar el poder o amasar una fortuna.

No es fácil ser libres. Es muy difícil y, a veces, heroico. Y tampoco somos perfectos ni tomamos decisiones en el vacío. Pero, aun así, no debemos renunciar a nuestra libertad, debemos preservar esa capacidad de decir no porque es lo único que nos puede ayudar a vivir con dignidad.